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Antes de abordar la pregunta con la que concluye el
capítulo anterior, y con la perspectiva de poder comprender algo más el impacto
de la inteligencia emocional, o su ausencia, en nuestras vidas, considerando
ésta, grosso modo, como la capacidad de saber gestionar nuestras propias
emociones, demos un repaso al alarmante incremento de la violencia en la
sociedad actual con la crónica de lo que cualquier medio de comunicación de
cualquier país y de cualquier parte del mundo nos ofrece a diario:
- En una escuela local, un niño de nueve años, aquejado de un acceso de violencia porque unos compañeros de tercer curso le habían llamado “mocoso”, vertió pintura sobre pupitres, ordenadores e impresoras y destruyó un automóvil que se hallaba estacionado en el aparcamiento.
- Un joven es juzgado por provocar un incendio que terminó con la vida de cinco mujeres y niñas de origen turco mientras dormían.
- Según un informe, el 57% de los asesinatos de menores de 12 años son cometidos por padres o padrastros.
- …
Pero lo más inquietante de
la situación es que las nuevas generaciones están asimilando el “analfabetismo
emocional” de manera alarmante. Una investigación llevada a cabo entre padres y
profesores demuestra el aumento de la tendencia al aislamiento, la depresión,
la ira, la falta de disciplina, la ansiedad, la impulsividad y la agresividad
en la presente generación infantil, una irrupción incontrolada de los impulsos,
en suma, un aumento de los problemas emocionales.
Este malestar emocional, ostensible
a la más obtusa sensibilidad, es el que algunos gobiernos pretenden “curar”
desde la raíz del problema con medidas como, por ejemplo, la incorporación a
los sistemas educativos de competencias dirigidas a desarrollar y utilizar
habilidades para controlar y utilizar conscientemente las emociones.
Es el caso de EE.UU., donde las
expectativas de integración y desarrollo de los programas SEL (Social and
Emotional Learning) son muy esperanzadoras, como ya apuntaba en el anterior capítulo.
Y, aunque muchas de las bondades asociadas al desarrollo de la IE (Inteligencia
Emocional) han ido a parar a los más privilegiados -ejecutivos empresariales de
alto rango y alumnos de escuelas privadas-, también han sido muchos los niños
de áreas deprimidas los que se han beneficiado de los programas SEL que se han
puesto en marcha en sus escuelas. Aún así, y con la perspectiva del incremento
exponencial de los programas SEL en miles de escuelas de EE.UU., se espera una
rápida democratización de las ventajas que supone el desarrollo de las
habilidades sociales y emocionales, de tal manera que también llegue de manera
sistemática a los más desfavorecidos -familias pobres y centros
penitenciarios-, para los que con un adecuado desarrollo de estas habilidades,
sus vidas mejorarían, así como el nivel de seguridad de sus comunidades, como
sugiere Daniel Goleman cuando afirma que:
Si el alcance de la IE (Inteligencia Emocional) llegase,
en suma, a equiparse al del CI (Coeficiente Intelectual)
y acabase integrándose en la sociedad como una medida
de las cualidades humanas, nuestras familias, nuestras
escuelas y nuestras comunidades serían más humanas
y sanas.
En la actualidad, desgraciadamente,
y en países en los que aún no se ha asimilado la urgencia en la resolución de
este problema, se deja al azar la educación emocional de los niños con
consecuencias más que desastrosas. Por ello es fundamental que, de una vez por
todas, se empiece a hablar y a poner en marcha una verdadera educación integral
que permita la conciliación entre la razón y la emoción, entre la mente y el
corazón. Por tal motivo, la administración educativa deberá tomarse muy en
serio una revisión a fondo del currículo, para que las habilidades tan
esencialmente humanas como el autoconocimiento, el autocontrol, la empatía, el
arte de escuchar, de resolver conflictos y de colaborar con los demás estén en
el corazón de la educación.
JAC
(Continuará)
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