viernes, 15 de julio de 2011

Phoenix y Magisterio

El mito sobre Phoenix o Fénix, el extraordinario ave que después de un tiempo, generalmente 500 años, se consume en su propio fuego para, más tarde, renacer de sus propias cenizas como un nuevo y joven ser, según algunos estudiosos, es una referencia mitológica que se extiende desde el Antiguo Egipto, hasta la Europa medieval, pasando por Grecia, Roma, Judea, Arabia, Medio Oriente, China, Japón e, incluso, las culturas precolombinas.

Es evidente el carácter simbólico-didáctico de los mitos, y éste, en concreto e indistintamente de la tradición de procedencia, hace referencia de manera inequívoca a la idea de renovación, renacimiento, resurrección... esperanza, al fin y al cabo.

Claro que aquí es donde entran las interpretaciones -religiosas, espirituales, culturales, astrológicas, psicológicas...- y eso es, precisamente, lo que me dispongo a compartir en las siguientes líneas -como todos habréis podido deducir-: mi interpretación del mito desde la perspectiva del magisterio en la educación.

Los procesos por los que transcurre la vida profesional de un docente, de manera invariable, pasan por la alternancia de momentos de entusiasmo y momentos de frustración y desgana. Efectivamente, son muchos los factores que pueden incidir en que una de estas dos opciones se desarrolle más que la otra -relación laboral, características y dinámica del centro de trabajo, sistema de incentivos/desincentivos administrativos, respuesta del alumnado, respuesta del equipo directivo...- , pero, no me cabe la menor duda, que la disposición interior es determinante.

El desgaste psicológico de la acción docente es evidente -más en unas enseñanzas que en otras- y, habitualmente, va íntimamente ligado al grado de implicación de cada profesor en el desempeño de su labor educativa. Quien desarrolla una vocación, compensa de manera equilibrada dicho desgaste con la satisfacción de saber que está dando lo mejor de sí. Quien desarrolla simplemente un trabajo, tiene difícil tal compensación porque si no refuerza una actitud de superación hacia sí mismo, hacia su labor y hacia los demás, tiene muchas posibilidades de sucumbir a la tentación de la desidia y la "no acción" -no desde la perspectiva taoísta, sino desde la pura y llana dejadez-.

Por otro lado, el docente no puede permitirse el lujo de aplicar la disyuntiva que propone el viejo dicho "renovarse o morir", pues en este ámbito, morir es sinónimo de estar "quemado", "frustrado", "deprimido". Por lo tanto, y considerando que los profesores tenemos el privilegio de poder alimentar ilusiones, despertar inquietudes, abrir puertas y ventanas al futuro de nuestros alumnos, así como también poseemos, desgraciadamente, la triste capacidad de frustrar, anular y machacar cualquier viso de creatividad, de espontaneidad, de esperanza, en suma, para un mundo mejor, no debemos permitir que esto último sea siquiera una opción.

¿Cómo conseguir mantener esa ilusión por la enseñanza, sin caer en las garras del hartazgo? A lo largo de mi experiencia he comprobado que se dan situaciones que, después de tomar conciencia de ellas y tras su asimilación, confieren al docente lo que denomino "impulso motivador", cuyo efecto consiste en que alguien, quizás sin proponérselo, infiere un renovado ímpetu a la tarea de enseñar, ayudando a abrir una ventana a una nueva realidad o dimensión.

Una conferencia, una master class, un libro, una conversación interesante -tan inusuales, desgraciadamente, entre profesionales de la educación-, un comentario de un alumno, un pensamiento..., puede ser causa potencial de un "impulso motivador".

En mi caso, se han sucedido en el tiempo este tipo de impulsos motivadores con diferente grado de intensidad, pero recuerdo especialmente mi paso por la Universität für Musik und Darstellende Kunst "Mozarteum" (Salzburgo), donde sentí por primera vez esa fuerza, ese impulso que se refleja directamente en tu aula, en la forma renovada de enfocar tu enseñanza.

A veces, estas especiales circunstancias, se presentan de la forma más peregrina y, por ello, es conveniente estar muy atentos a los acontecimientos no habituales en nuestra vida, porque ése puede ser el indicador o señal que estamos esperando consciente o inconscientemente.

Sin embargo, esas situaciones no suelen darse, o no suelen percibirse, con frecuencia y, cuando esto ocurre, si no queremos estar tentados a "tirar la toalla", no queda más remedio que generarlas desde dentro, mediante el desarrollo de proyectos, ideas... reflexión, en suma.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el mito de "Fénix"? Creo que podéis deducir la evidencia, estos "impulsos motivadores" son sinónimos de resurgimiento, de renovación, de ganas de hacer un poco mejor tu labor. Y por ello, os animo a que busquéis dentro y fuera de vosotros estos "empujones" hacia delante que tanto necesita el docente, como nuestro propio sistema educativo. Es decir, que las cenizas en que se convierte el ave mitológico no sean más que momentos de búsqueda que, tarde o temprano, acaban culminando en un nuevo nacimiento de nuestras ilusiones.

No quiero acabar este artículo sin confesar que el origen de este artículo tiene que ver absolutamente con mi último "impulso motivador". Desde hace unos meses, y de manera ciertamente extravagante, conocí a un pianista y profesor ruso que, mensualmente, viaja desde Como (Italia) hasta Sevilla (España) para atender a unos muchachos que verdaderamente le adoran por sus conocimientos, por su forma de enseñar, por su maestría al teclado y por el trato extraordinariamente humano que les dispensa. Algunos de ellos son egresados superiores, otros están en trámite de conseguirlo, otros aún están en el tramo medio (profesional) y otro(s), como mi caso, profesor(es) con muchos años de rodaje -los paréntesis indican que, actualmente, y a pesar de haber invitado a muchos colegas, soy el único profesor que asiste regularmente a sus clases-.

Desde el primer contacto con Seva -Vsevolod Dvorkin es su nombre- he experimentado un renovado interés por aspectos de la enseñanza pianística a los que no prestaba suficiente atención, además de poder ser testigo de excepción de verdaderas clases magistrales en las que me estoy nutriendo de gran cantidad de conocimientos para aplicar directamente en mi aula, a mis alumnos.

Esta es mi aportación para todos aquéllos que sientan que éste es uno de los caminos para manifestar una actitud permanente de renovación en la enseñanza, al tiempo que un homenaje para quienes, de manera directa o indirecta, han contribuido a mantenerme con ilusión y dedicación incombustible en este maravilloso peregrinaje de la enseñanza musical.

JAC