martes, 16 de diciembre de 2008

Sobre interpretación


Según el plan de estudios vigente, los profesores encargados de impartir especialidades instrumentales somos profesores de trompa, viola, fagot, ... planteamiento que sugiere de la administración educativa (o más bien de sus asesores, ... o de ambos) una peculiar visión de la formación musical en nuestro país, en que la asignatura de violonchelo (o cualquier otra especialidad instrumental) es equivalente a la asignatura en que se enseña a manejar (tocar) el violonchelo. Hasta aquí, se preguntará el lector ¡¿qué novedad, dónde está la gracia?!
Efectivamente, parece que me muevo entre obviedades, sin embargo, las sutilezas son las que, en ocasiones, distinguen lo original de lo convencional, la realidad de lo aparente, la semántica de la terminología.
Particularmente, y en el ejercicio de mi actividad docente como profesor de piano, no me siento como tal, es más, enseñar a tocar el piano no es mi meta como profesional de la educación instrumental; quizás lo fuera en mis años mozos de enseñante, de manera inconsciente y siguiendo el flujo de la rutina y de la tradición, pero llevo muchos años persiguiendo otras metas que, quizás sin ser tan ambiciosas a nivel profesional (o quizás sí), son más próximas a la realidad del estudiante y a su relación con el instrumento, el autor, la música y el público.
El aprendizaje de un instrumento no es en sí mismo ni un objetivo, ni una finalidad educativa (o al menos así lo entiendo personalmente); y si hacemos un paralelismo con el aprendizaje del lenguaje hablado, éste tampoco es una finalidad en sí mismo, sino un instrumento de comunicación. Pues el aprendizaje de un instrumento también debiera ser entendido como el aprendizaje de un lenguaje —musical, instrumental, pero lenguaje—, que va a permitir al futuro músico asumir la naturaleza trascendente del intérprete instrumental: nexo de unión entre el autor y el público. Efectivamente, más que en ninguna otra disciplina artística, la participación del intérprete en la consecución del hecho artístico es sencillamente esencial, imprescindible. Y por ello, el aprendizaje de un instrumento no es cosa baladí, es un proceso que debe abarcar el aprendizaje de aspectos mecánicos, musicales, conceptuales, expresivos, ... pero dirigidos hacia la consecución de una meta superior a todos ellos, el dominio de un lenguaje que permita hacer “entender” al oyente las confidencias que el autor ha encriptado en la partitura y que el intérprete debe saber descifrar, entender, asimilar, revivir y trasmitir: LA INTERPRETACIÓN.
Eso es hacia lo que dirijo mis esfuerzos docentes, enseñar al estudiante el lenguaje de la interpretación pero, insisto, no como fin, sino como valiosísimo instrumento de expresión y comunicación musical hacia el público, de ahí la importancia que doy a la actividad escénica y a su preparación a lo largo de toda la formación instrumental. Y por eso es que no me gusta que la asignatura instrumental que imparto se denomine “Piano”, mucho más acertada sería la denominación de “Interpretación Pianística” en coherencia con mis argumentos.
¿Qué diferencias implica esta perspectiva con respecto a la visión tradicional?
Fundamentalmente, la diferencia está en la actitud ante el hecho musical, actitud que debe ser aprendida, y no cuando el alumno supuestamente tenga cierta madurez, ¡no!, volveríamos por enésima vez a subestimar la sensibilidad y las capacidades intelectuales y de interpretación de los más jóvenes, esta actitud y todo lo que ello conlleva debe cultivarse desde el primer contacto con el instrumento, así como cuando el niño comienza a utilizar el lenguaje hablado sin apenas dominio, de la misma forma hacerlo pero con y desde el instrumento. Y seguir así a lo largo de toda la formación del estudiante, continuar con ese aprendizaje y esa actitud de responsabilidad ante la música, para conseguir que el aprendiz, vaya o no a dedicarse a la música, aprenda algo valiosísimo que le acompañará a lo largo de toda su vida, la satisfacción personal de disfrutar y hacer disfrutar de la música mediante el uso del maravilloso lenguaje de la interpretación instrumental.
Este es el motivo por el que me encuentro incómodo en este plan de estudios “superespecializado”, en el que cada profesor (y en 6º de Enseñanzas Profesionales podemos llegar a ser 8 profesores por alumno), con la mejor de sus intenciones, desarrolla con celo su asignatura pero sin conexión con las demás (tema denunciado por activa y por pasiva, y que aquí no voy a volver sobre él), lo que hace que la educación se convierta en instrucción variopinta que el estudiante va acumulando en sus “bolsillos académicos” (a veces con agujeros por donde se pierde parte de esa información) y un aprendizaje disgregado que aleja al estudiante de la meta integradora de la experiencia global.
En efecto, la interpretación entendida como experiencia globalizadora, requiere de la participación de todos las asignaturas de manera armonizada, quimera que me lleva a anhelar los tiempos del humanismo donde la formación integral del hombre era la meta a conseguir y en la que en un mismo personaje podías encontrar a un científico, a un poeta, a un músico, a un pintor, a un político, a un filósofo... ¡qué tiempos aquéllos!
¿Dónde está el carácter humanista en nuestros tiempos?
¿Dónde está el humanismo en nuestro magisterio?
JAC

viernes, 21 de noviembre de 2008

Tiempos de crisis: ¿sólo económica?


Vivimos en un tiempo en el que una aguda crisis, instalada en lo profundo de nuestra sociedad, ha empezado a emerger, síntoma de una enfermedad que se ha ido incubando paulatinamente, y cuyos efectos más indeseables están aún por llegar (aunque muy en el fondo de mi ser albergo la esperanza de que no sea así).

No me estoy refiriendo únicamente a aquello que, de un tiempo a esta parte, está en boca de todos nosotros, fundamentalmente por lo que a nuestro bolsillo concierne, no me estoy refiriendo solamente a la tragedia humana que supone el constante aumento exponencial de personas que van al paro, la cascada de empresas que quiebran, o el cada vez mayor número de familias que no llegan a fin de mes; tampoco me refiero a la crisis de valores, al consumo creciente de drogas, a la pobreza mundial o las guerras que devastan grandes regiones del planeta. Me estoy refiriendo a otro aspecto de la crisis que, aunque junto a los anteriores puede parecer un mal menor, al estar muy por debajo de la epidermis del cotidiano diario vivir, no es fácil percibir sus síntomas, más sutiles (de momento) que los antes referidos, pero cuyas nefastas consecuencias a largo plazo pueden provocar drásticos e irreversibles cambios en nuestra sociedad: la educación.

Los profesionales de la educación, es decir, los que pisamos las aulas diariamente y tenemos contacto directo con los estudiantes, podemos detectar ciertos síntomas muy preocupantes del estado de la educación en nuestro país. No pretendo descubrir nada nuevo (1) después de llevar años escuchando a un sector suficientemente significativo de nuestra profesión quejarse de las reprobables conductas de, cada vez, más alumnos, de la falta de relación entre lo que se enseña y lo que los estudiantes NECESITAN APRENDER para una formación integral básica y fundamental (de fundamento, cimiento), de la utilización ideológica de la educación (sin exclusión partidista alguna), de la conducción de la misma por TEÓRICOS de la educación que no saben o no recuerdan lo que se vive en las aulas, por unas reformas cada vez más esperpénticas en las que en el último en quien se piensa es en el estudiante (si es que se piensa en él), por mucho que “se vista al santo” de intenciones grandilocuentes y discursos vacíos de contenido (véanse los preámbulos, las finalidades de las Leyes y Decretos sobre educación, y si me apuran, los objetivos y contenidos curriculares de ciertas asignaturas).

Soy profesor de piano, literatura e interpretación y pedagogía musical del conservatorio Francisco Guerrero, en Sevilla, del que fui director durante once largos años y en el que actualmente desarrollo mi labor docente, magisterio que, dicho sea ante todo, al igual que mis compañeros, desarrollamos en unas condiciones ni mucho menos comparables a las de nuestro colegas de la enseñanza general, porque la nuestra carece del elemento conflictivo derivado de la OBLIGACIÓN a estudiar por ley (2), ya que nuestras enseñanzas son de carácter no obligatorio. Circunstancia por la que, posiblemente, algún lector, podría preguntarme: pero... ¿y tú de qué te quejas?

Efectivamente, los problemas de un conservatorio no tienen nada que ver, si atendemos a las relaciones interpersonales, con los de un centro de secundaria, primaria o bachillerato. Sin embargo, aún teniendo conciencia de la gran ventaja con respecto a nuestros colegas de la educación general, y porque perseguimos la misma meta que ellos en cuanto a proporcionar la mejor y más útil formación a nuestros alumnos, no me resigno a dejar de manifestar el camino de INVOLUCIÓN que vengo percibiendo en los estudios musicales, los cada vez peores rendimientos de nuestros alumnos y, como consecuencia, el deplorable nivel con el que acuden a los centros de formación superior (cuya contribución al desaguisado estudiaremos en otra ocasión), motivo por el cual, al finalizar estos últimos, el más espabilado y con posibilidades de financiación “huye” al extranjero en busca de una formación más compacta y profunda. Y no es porque en nuestro país no haya extraordinarios profesores, que los hay y muchos, sino porque el Plan Maestro de Estudios a nivel nacional (o autonómico, que para el caso casi siempre es sinónimo), si es que lo hay, sólo se ocupa (y como hemos visto, malamente) de la enseñanza general y, a pesar de saber que hay otros tipos de enseñanzas paralelas (como las nuestras, Música) no se les ocurre pensar que un importante número de estudiantes, que cursan estudios generales, serán los profesionales de la Música, del Arte Dramático y de la Danza, y que ahora están literalmente “luchando” por conseguirlo, llevando simultáneamente adelante (“mal llevando” en el caso de la Música) dos planes de estudios paralelos totalmente desconectados (el bachillerato musical es una trampa para algunos y, en el mejor de los casos, un remiendo para los demás). Las reformas educativas no se abordan desde la integridad de todos los estudios, se hacen de forma parcial, sin ni siquiera plantearse la coordinación entre diferentes disciplinas o enseñanzas (la LOGSE dio un gran paso con relación al pasado y un paso de pulga con relación al futuro) procedimiento que hace que los estudiantes que, desgraciadamente, tienen que pasar por esta circunstancia, vean cómo la angustia se apodera de ellos cuando, en términos de tiempo de dedicación a los estudios, no pueden llevar a cabo lo que la Música les demanda porque la Enseñanza General no se lo permite. Tampoco las administraciones educativas se paran a pensar (porque si lo hicieran y siguieran actuando de la misma manera, sí que sería para echarse a llorar) que está muy próximo el momento en el que la armonización de los estudios superiores en la Unión Europea será una realidad, y que quienes para ese momento no estén convenientemente formados (en Música o en cualquier otra disciplina científica, humanística o artística) serán víctimas de la feroz competencia que se avecina, y lamentablemente el actual sistema educativo español no ayuda en absoluto a que nuestros jóvenes partan en muy buena posición, es más, si no se remedia estarán en una lamentable y clara desventaja con relación a la mayoría de los demás países.

Llevo más de 25 años como profesor de conservatorio y, siempre he sido optimista con el futuro, siempre pensé que el futuro sería mejor que lo que conocí en mis años de estudiante, además soy una persona que procuro crecer y sacar provecho de la adversidad, pero en este caso mi optimismo creo que está empezando a rayar en la irresponsabilidad, pues hay que tener una tupida venda negra en los ojos para no darse cuenta de la DEGRADACIÓN en la que están cayendo nuestras enseñanzas. Es cierto que la administración educativa no sabe de Educación Musical, pero no es menos cierto que nuestro colectivo tampoco es que haya realizado grandes (ni pequeños) esfuerzos en resaltar los fallos del sistema y proponer soluciones a los mismos, en parte debido a la actitud mayoritaria de sumisión ante la administración educativa, la falta de representatividad consecuente ante los órganos ejecutivos de la misma (para los que estén pensando en los sindicatos, la mayoría de ellos, y subrayo la mayoría, que no todos, sólo piensan en nuestro colectivo cuando les hacen falta los votos necesarios para continuar en el sillón sindical), la falta de criterio pedagógico para argumentar, sostener y luchar por nuestros ideales, la falta de convencimiento sobre la utilidad de nuestro trabajo y, lo que a mi juicio es aún más grave, la displicencia que deviene por la adquisición de la condición de funcionario de carrera, evidentemente mal o mezquinamente entendida. Los estudiantes cada vez estudian menos, en la mayoría de los casos no por falta de voluntad, sino por causas que pueden adivinarse fácilmente por lo ya dicho. Los profesores cada vez nos lamentamos más de ello y, o bajamos el nivel de exigencia (para impedir, a quienes vayan a presentarse, superar las pruebas de acceso a grado superior), o nos quedamos sin alumnos, o abrimos una tercera vía de reflexión e intervención.

Como las administraciones educativas no hacen nada nuevo, es decir, siguen legislando sobre bases demostradas ineficaces (véase LOE y LEA en cuanto a enseñanza musical se refiere), nuestro colectivo, pensando que la administración es la única responsable de este desaguisado, tampoco hace nada. Además, la mayoría de los profesores piensan que si el alumno no rinde es porque no estudia los suficiente (que en parte, sólo en parte, tiene razón), pero en ningún caso se asume la correponsabilidad docente de esta situación, y los órganos de dirección y coordinación de los centros están ocupados en asuntos “domésticos” necesarios, importantes, pero no excluyentes de aquellos otros que son la razón de ser de nuestra dedicación y profesión (sobre las iniciativas de la administración para conseguir una mayor calidad de la enseñanza así como de las intenciones subyacentes en ellas hablaré en otro momento, pero adelanto que bajo mi punto de vista no son verosímiles, procedentes, ni capaces de conseguir el propósito para el que están pensadas).
Para terminar, este ejercicio de reflexión me ha servido doblemente, de una parte, a modo de terapia, de otra para poder manifestar mi creciente preocupación por el rumbo que está tomando la educación musical en los conservatorios, mejor dicho, la formación de los muchachos y muchachas que acuden a los conservatorios, por esa angustia a la que he hecho referencia párrafos arriba, y que cada año que pasa es más aguda, porque las bajas reales de posibles futuros músicos son cada vez mayores (no las administrativas, bajas que nada tienen que ver con este problema), por la raquítica formación con la que nuestros alumnos salen de los conservatorios profesionales y por la actitud de no querer reconocer siquiera esta realidad.
Ésta es mi percepción de la realidad, por ello mi voz clama (posiblemente en el desierto) ante lo que puede ser un estrepitoso fracaso de nuestro trabajo y dedicación, ante las cada vez más frecuentes frustraciones de los profesores que pretenden formar profesionales en un tramo intermedio de la formación musical, ante la extrema fragilidad de las legítimas expectativas de muchachos y muchachas con condiciones y talento suficientes para ser buenos profesionales de la Música y ante una actitud más o menos generalizada de desdén hacia el trabajo cooperativo —desde el sector docente—, como alternativa en búsqueda de soluciones para intentar mejorar la situación actual en la que nos encontramos.

Ha llegado el momento de movilizar nuestras conciencias, nuestro talento, creatividad e inteligencia, es el momento de HACER ALGO, aunque se muera (¡en sentido figurado!) en el intento, de otra manera no tendremos autoridad moral para pedir nada a nadie, ni siquiera a nuestros propios alumnos.


(1) Léase el “Panfleto Antipedagógico” de Ricardo Moreno Castillo, publicación de divulgación libre y gratuita que puede encontrarse en la siguiente dirección:
(2) Es un disparate que no exista formación profesional antes de los dieciséis años cuando la edad mínima para trabajar es, precisamente, la de dieciséis años. Mi opinión es que después de una buena formación básica y general, a los 12 años, los alumnos deberían estar obligados, no a estudiar si no fuera su deseo, sino a elegir qué estudiar: una sólida formación secundaria (bachiller) o una formación profesional para aprender un oficio, evidentemente, con todas las facilidades y cursos-puente necesarios para pasar de una opción a otra, si la elección primera no hubiera sido acertada.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Presentación

Mi nombre es José Antonio Coso Martínez, soy profesor de Piano, Literatura e Interpretación Pianísticas y Pedagogía Musical en el Conservatorio Profesional de Música Francisco Guerrero (Sevilla) , he sido director del mismo durante doce años y mi relación con la enseñanza musical ya ha cumplido sus "bodas de plata". Soy un apasionado de la enseñanza y, dentro de mis limitaciones, me encanta explorar nuevas posibilidades educativas en el campo en el que desarrollo mi labor docente.
El Bloc de JAC es una iniciativa personal cuya finalidad es la de compartir reflexiones y experiencias fundamentalmente relacionadas con el mundo de la educación y, especialmente, con el peculiar universo de la enseñanza musical en conservatorios. Es un medio para poder expresar en viva voz lo que pienso u opino sobre temas de interés general, es, en términos “harrypottienses”, mi “pensadero particular” puesto al alcance de quien tenga la amabilidad de acercarse a este medio de expresión. No es, por tanto y bajo ningún concepto, un instrumento de crítica a personas o instituciones en particular, por lo que aviso al lector sobre este tópico para descartar alusiones personales o institucionales, ya que en alguno de los artículos que irán apareciendo, se abordarán aspectos educativos que, con la mejor de mis intenciones, someteré a estudio y análisis críticos siempre desde la perspectiva de mejorar el fin último de nuestras enseñanzas: la mejor formación musical posible para nuestros estudiantes.Cuento con tu opinión sobre futuros artículos.
¡Bienvenidos!