martes, 25 de octubre de 2011

Inteligencia Emocional y Experiencia Escénica (I)


PLAN DEL ARTÍCULO: En sucesivos capítulos abordaré los aspectos más significativos de la inteligencia emocional, su adaptación a la educación, la acogida de los programas SEL (Social and Emotional Learning) en los centros educativos de EEUU, la incorporación de la IE (Inteligencia Emocional) en la última reforma educativa española (LOE), su incidencia en el campo escénico desde el punto de vista del intérprete instrumental o vocal y, como consecuencia, su imprescindible incorporación en los currícula de las enseñanzas musicales básicas, profesionales y superiores.

Qué es más importante para el profesor que, de una u otra forma, está relacionado con la interpretación vocal o instrumental: ¿enseñar a interpretar?, o ¿enseñar a hacerlo en el ámbito escénico? Creo que la elección inequívoca y sin excepción es la segunda opción: enseñar a interpretar en el escenario. Pero, ¿esta determinación en la respuesta es comparable al tratamiento que hacemos del espacio escénico en nuestra forma de entender el proceso de enseñanza y aprendizaje?, ¿es una prioridad real en nuestro magisterio?, ¿es un aspecto de nuestro ámbito educativo que tratamos con perspectiva temporal?, o ¿es un aprendizaje que presuponemos debe generarse en el estudiante de manera espontánea?...
A decir verdad, son pocos los profesores que consideran el “saber-estar-escénico” como un elemento extraordinariamente importante -no en el ámbito escénico, que sí que lo consideran- sino dentro del proceso de aprendizaje que comienza con la elección de la obra y culmina con su interpretación en el escenario.
Como alumnos que también hemos sido, y como profesores que somos, ¿no nos resulta familiar la expresión: “¡¡Y no te vayas a poner nervioso!!”, momentos previos a una audición o concierto? Sin embargo..., qué hacemos al respecto, qué pautas enseñamos a nuestros alumnos para que no haya necesidad de pronunciar la funesta y lapidaria frase antes de salir a tocar en público, cómo justificamos desde nuestra responsabilidad docente que todo el trabajo, empeño y sacrificio -que, tanto profesor como alumno, realizamos a lo largo de todo un curso académico- quede simplificado en el escenario a una burda caricatura, a un defectuoso y, a veces, irreconocible resultado musical que está muy alejado de las posibilidades musicales reales del estudiante, y cuya causa, en términos generales, no está referida a aspectos técnicos o musicales sino, más bien, a factores emocionales incontrolados que convierten lo que debía ser el momento más esperado, el culmen de un proceso, el mayor gozo de un músico, en una experiencia temida, en un tiempo de angustia y desazón.
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En 1990 se publica un artículo firmado por los psicólogos John Mayer (University of New Hampshire) y Peter Salovey (Yale University ) en el que ambos autores esbozan la primera formulación de un concepto al que denominaron “inteligencia emocional”. Esta nueva expresión sintetizaba un amplio rango de descubrimientos científicos que unificaban distintas líneas de investigación y que, a parte de la revisión teórica, incluía un amplio espectro de interesantes avances científicos como los primeros resultados del incipiente campo de la neurociencia afectiva, rama de la neurología que se ocupa de investigar el modo en que el cerebro regula las emociones.
Cinco años más tarde, Daniel Goleman, psicólogo de prestigio internacional, escribe el libro “Inteligencia Emocional” en el que, partiendo de los estudios de Mayer y Salovey y apoyándose en la más moderna investigación sobre el cerebro y la conducta, explica por qué personas con un elevado coeficiente intelectual (CI) fracasan en sus empresas vitales, mientras otras con un CI más modesto triunfan clamorosamente. Goleman sostiene que el déficit de inteligencia emocional repercute en mil aspectos de la vida cotidiana, que el descuido de la inteligencia emocional puede arruinar muchas carreras y, en el caso de niños y adolescentes, conducir a la depresión, trastornos alimentarios y agresividad. Pero su aportación va más allá, pues basándose en la forma en que los niños aprenden a modelar sus circuitos cerebrales, enseña un programa pedagógico para el desarrollo integral del ser humano.
Lo cierto es que, las adaptaciones de este concepto al ámbito educativo realizadas por Goleman y sus colaboradores a través de programas sobre “aprendizaje social y emocional” han tenido una enorme acogida en los centros educativos de Estados Unidos. En el año 1995, sólo había unos pocos programas que se ocupaban de enseñar a los niños las habilidades de la inteligencia emocional pero, diez años más tarde, eran decenas de miles las escuelas diseminadas por todo el mundo que brindan a sus alumnos la posibilidad de seguir este tipo de programas. Son muchos los distritos escolares -e incluso varios estados-, que han incluido los programas SEL (Social and Emotional Learnig) como parte indispensable del currículo en la convicción de que, del mismo modo que los alumnos deben alcanzar cierto nivel de competencia en matemáticas y lenguaje, también deben lograr un cierto dominio de las habilidades sociales y emocionales tan esenciales para la vida. El ejemplo más espectacular es el del estado de Illinois, en el que se han establecido normas concretas para la enseñanza de las habilidades SEL desde el jardín de infancia hasta el último curso de enseñanza secundaria.
Pero, volviendo a nuestro ámbito territorial, ¿qué impacto esta teniendo esta revolución de la psicología educativa en nuestro sistema educativo?
JAC
(Continuará)

1 comentario:

  1. 0 comentarios en un tema tan importante como este. ¿qué pasa profesores? ¿alumnos? Ni una sola felicitación. Este tema es muy importante y tiene que ver con la experiencia escénica. Ya me dirán si les importa o no. Felicidades por tocar el tema, ya que muchos sólo les da por tocar, algunos no saben ni a quién tocan... Deseo leer más desde tu perspectiva cómo se cruza con el tocar en público y todo lo que lo rodea.

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