viernes, 24 de mayo de 2013

El metrónomo: ¿ayuda o tortura en el estudio de un instrumento?

En el aprendizaje instrumental son muchas las áreas en las que el alumno ha de prestar atención cuando aborda el estudio de alguna obra del repertorio específico de su instrumento. Una de ellas es el pulso, algo que en el ámbito estudiantil se suele confundir con el ritmo o con el tempo y que, a pesar de lo básico y primario de su naturaleza, no es menos importante en el proceso de construcción del edificio interpretativo.
Lo sorprendente de este asunto es que, después de haber estado años estudiando y practicando los fundamentos del lenguaje de la música -y entre ellos el pulso y de manera insistente-, un gran porcentaje de alumnos no llega a tomar siquiera conciencia de su importancia en el discurso musical y, como consecuencia, su integración en el proceso de aprendizaje de una obra instrumental/vocal es vivido como algo secundario y sin mayor importancia, hasta que el profesor reclama al alumno su inexcusable presencia en la ejecución musical.
Claro que, como todos sabemos, la interpretación requiere la aplicación de otro tipo de pulso muy distinto al metronómico, el pulso musical, que conduce la aplicación de ciertas licencias y que, por necesidad estilística, expresiva o puramente musical, han de conocerse y utilizarse dependiendo de la naturaleza, el estilo, la forma, la textura... de la obra.
Pero, naturalmente, todo eso requiere una cimentación sólida que únicamente se consigue con una lectura extraordinariamente escrupulosa que no sólo incluye ritmo, alturas, articulación, dinámica, indicaciones expresivas, estructura, procesos modulantes, armonía... y todo lo que de la partitura se puede extraer como orientación técnica e interpretativa sino, y sobre todo, con la presencia de un pulso de regularidad y precisión metronómica en la ejecución.
Desgraciadamente, lo más habitual entre los estudiantes suele ser obviar el rigor de la primera fase, para entrar directamente en la flexibilidad de la segunda, es decir, es más atractivo saber cómo suena "más o menos" -aunque yo diría "menos que más"- la nueva obra que se comienza a estudiar, que ser riguroso en el establecimiento de las bases de una interpretación mínimamente solvente.
Si algún alumno lee este artículo, y su lectura le induce a reflexionar sobre este asunto para, finalmente, aceptar la realidad descrita, acabaría planteándose una pregunta  evidente: ¿y qué puedo hacer para conseguir un pulso regular? Me imagino que cada profesor tendrá su procedimiento, en mi caso, la respuesta a esa pregunta es: aprender a utilizar, y utilizar el metrónomo de manera inteligente y selectiva.
Creo que la inmensa mayoría de estudiantes de una especialidad instrumental conocen o han oído hablar del metrónomo. No obstante, voy a hablar sucintamente sobre los orígenes de este artefacto mecánico, tan impopular entre los estudiantes, así como del motivo de su impopularidad.

Breve historia
Según estudiosos de este tema -entre los que podemos citar a Javier López Garrido-, el metrónomo fue un invento en cuyo proceso de evolución intervinieron físicos, pedagogos, teóricos y músicos a lo largo de varios siglos. El primer metrónomo del que se tiene conocimiento documental fue descrito por Étienne Loulié en su tratado "Elementos o Principios de la Música puestos en un Nuevo Orden" en 1696. A partir de este momento fueron muchos los inventores que se interesaron por la medición temporal de la música y, como consecuencia, comenzaron a proliferar modelos de todo tipo y condición, cuya novedad consistía en solventar alguno de los problemas de sus predecesores. Y así hasta 1812 cuando dos expertos en la materia se disputaron la explotación de la patente de un metrónomo muy similar al pendular que conocemos en la actualidad: D. N. Winkel y J. N. Mäzel. Después de una serie de desavenencias sobre la titularidad del invento, Mäzel decide patentar su modelo y, además, una copia del metrónomo de Winkel -que, al parecer, era muy superior-, motivo por el cual el asunto se zanjó en los tribunales. Sorprendentemente, la sentencia para la adjudicación de la patente fue favorable a J. N. Mäzel quien se quedó con la titularidad y con la patente del invento. Poco a poco, se fueron introduciendo mejoras que llevaron a este aparato a ser lo que hoy conocemos; bueno, realmente, ahora lo que menos se ve es este tipo de metrónomos, pues lo que los alumnos llevan en sus estuches o mochilas -si es que los llevan- son metrónomos digitales que, al principio de los 70, acabaron imponiéndose a los tradicionales por su precisión y, especialmente, por su precio. Sin embargo, con la irrupción de las nuevas tecnologías, y el desarrollo de la telefonía móvil, cualquier joven con un móvil y conexión a Internet puede descargarse diversas aplicaciones que emulan perfectamente a los metrónomos electrónicos con toda la precisión de aquéllos e, incluso, con más prestaciones.

El uso del metrónomo
En un principio, compositores de la talla de Beethoven, acogieron la invención con gran entusiasmo, especialmente, para dejar claro al intérprete díscolo la velocidad con la que se debían interpretar sus composiciones. Pero a medida que su concepto estético evolucionaba -sin estimar las posibilidades didácticas que de su uso podían hacerse-, consideró que esa rigidez metronómica en la ejecución restringía la flexibilidad interpretativa, por lo que ese entusiasmo inicial fue decayendo. Muchos otros compositores incluyeron en sus manuscritos indicaciones metronómicas que, según mi criterio, han de entenderse como una referencia sobre la velocidad con la que ha de interpretarse la obra pero que no deben ser tomadas, necesariamente, al pie de la letra. Aunque hay casos curiosos, como ocurre con algunas obras de B. Bartók en las que, además de la indicación metronómica, el autor también indica el tiempo total de ejecución en minutos y segundos al final de la partitura. 
No obstante, muchas de las indicaciones metronómicas que aparecen en las partituras no son originales de los compositores, sino de los editores o de quienes éstos solicitan una revisión técnica de la partitura. En este último caso, por lo general, cuando no es una indicación expresa del compositor, suele aparecer entre paréntesis. 
Pero en el tema que nos ocupa, que es el de la interpretación, aunque no siempre de manera unánime, muchos grandes pianistas utilizaron y utilizan el metrónomo como una herramienta más en el proceso de aprendizaje de una obra. Como curiosidad citaré el caso de Josef Hofman (1970-1856), extraordinario pianista polaco que vivió el tránsito al siglo XX y que, además de haber sido uno de los más grandes pianistas de todos los tiempos, patentó más de 50 inventos, habiendo realizado una reclamación por la patente del limpiaparabrisas, idea que, al parecer, se le ocurrió observando el metrónomo mientras trabajaba con él.

¿Por qué el estudiante, generalmente, siente un especial rechazo por este "aparatejo"?
No creo ser el único profesor que haya escuchado la siguiente justificación -o parecida- de boca de un estudiante, para abandonar el uso del metrónomo:
- Sé que es muy importante estudiar con metrónomo, pero me doy cuenta que no me sirve de nada, especialmente, cuando toco sin él, pues vuelvo a cometer las mismas imprecisiones en el pulso que antes de usarlo.
Efectivamente, la experiencia expresada en la frase anterior contiene el problema de fondo de este asunto.
Para estudiar con metrónomo y una mínima garantía de éxito, se requieren dos condiciones previas fundamentales:
1. Haber adquirido -a la velocidad elegida- la mayor seguridad y dominio técnico posible en la ejecución del pasaje sobre el que se quiere actuar para precisar la regularidad del pulso -velocidad que puede ser lenta, por lo que la premisa anterior no tendría que ser un obstáculo-.
2. Tener claro el propósito de APRENDER del metrónomo y no limitarse única y exclusivamente a hacer coincidir nuestra pulsación con la suya.
El primer aspecto es obvio, pero el segundo requiere una profunda reflexión para su comprensión y asimilación, pues lo que se pretende conseguir con ello es iniciar un proceso de "emancipación metronómica progresiva" -en lo que se refiere a corregir irregularidades del pulso, pues este instrumento mecánico tiene otras aplicaciones en el campo del estudio- que culmine en la interiorización del pulso metronómico de manera natural y, como consecuencia, nos ponga en condiciones de abordar el uso del pulso interno de la obra en cuestión.
Considero que el desconocimiento por parte del alumno de este "pequeño detalle", es uno de los motivos, si no el más importante, por el que el metrónomo, raramente, ayuda o sirve de complemento eficaz cuando, después de ser requerida su utilización en el estudio por el profesor, el alumno constata la ineficacia del recurso por falta de unas mínimas "instrucciones de uso".
A veces, los profesores de instrumento pecamos de dejar de explicar aspectos que para nosotros son obvios, pero que para algunos estudiantes no lo son tanto, ni mucho menos, y el caso de la utilización del metrónomo como corrector de desigualdades en la regularidad del pulso es uno de esos casos. Es imprescindible enseñar al alumno que la eficacia del uso del metrónomo no está en esperar que el aparato dé la señal para hacer coincidir nuestra pulsación con la suya, por el contrario, debe entenderse como una referencia que habitúe a nuestro oído de tal manera que llegue un momento en el que éste se anticipe al metrónomo, para hacer coincidir nuestra pulsación con la suya. Ése sería el momento que correspondería a la etapa del niño cuando pasa de caminar sujetándose con la mano de los padres, a hacerlo solo, es decir, en el proceso de aprendizaje del alumno esta metáfora correspondería al momento en el que éste no tiene que seguir los golpecitos del lápiz del profesor sobre la mesa, o la "insolente" -aunque a priori necesaria- perfección metronómica.

¿Tiene otras utilidades el metrónomo en el estudio?
Efectivamente, esta útil herramienta de trabajo nos puede servir para conseguir velocidad progresiva, para lograr la fijación y estabilidad de un pulso fuerte -y, a veces, también débil-, a precisar células rítmicas, a sincronizar polimetrías complejas..., pero la explicación de todos estos recursos didácticos requeriría un desarrollo que excedería las expectativas de esta reflexión.

Para finalizar, animo a todos los alumnos a sacar el máximo provecho de este valioso artilugio, no sólo como referencia para establecer la velocidad metronómica indicada en la cabecera de la partitura, sino para contestar a la pregunta del título con un: ¡AYUDA!
JAC
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