jueves, 17 de noviembre de 2011

Autarquía: un logro irrenunciable de la enseñanza instrumental


El sistema educativo, parece estar pensado para todo lo contrario de lo que a priori proclama, y por ello nos encontramos con jóvenes que, lejos de lograr una mayor competencia en las diferentes ramas del saber, cada vez son más dependientes de los espejismos de la sociedad de la información y la comunicación. No olvidemos que, a pesar de la modernidad de la que hacen gala las reformas educativas de la segunda mitad del siglo XX, seguimos anclados en un modelo que fue creado para satisfacer las necesidades surgidas del proceso de industralización durante el siglo XIX y que, a excepción de aspectos formales y de imagen, la estructura y la intencionalidad del modelo son las mismas, algo que resulta ciertamente escabroso. Pero como éste no es mi campo, y para quien quiera profundizar en una nueva corriente de pensamiento alternativa a la predominante en el mundo occidental sobre educación, que sea alguien con más autoridad en esta materia -Ken Robinson- quien os haga partícipes de sus reflexiones sobre la educación actual y la necesidad de un cambio de paradigma. Por mi parte me centraré en lo que conozco algo más, el mundo del aula instrumental.

De manera excepcional, sucede que algunos estudiantes -muy pocos diría yo-, haciendo gala de una inhabitual perspicacia, mediante la observación y la indagación, motu proprio van intuyendo y deduciendo las pautas y las claves que les van a permitir ir consiguiendo la emancipación progresiva y paulatina de sus profesores. Pero, por lo general, el hecho de dotar a los estudiantes de herramientas, recursos y estrategias que les permitan alcanzar de manera progresiva la autosuficiencia en el aprendizaje instrumental, es decir, hacerles competentes en el aprendizaje autónomo, es algo que a pesar de contemplarse en la normativa vigente como una capacidad a desarrollar en el alumno, no se suele plantear de manera consciente, intencionada y dirigida en el proceso de enseñanza -y subrayo el término proceso de enseñanza, para diferenciarlo del proceso de aprendizaje-.

Es muy propio de nuestras enseñanzas instrumentales -léase enseñanzas básicas, enseñanzas profesionales y enseñanzas superiores- que, como dicta la tradición, el alumno venga a clase con el trabajo de la semana listo y dispuesto para recibir la "receta" del profesor. Receta cuya "fórmula", está compuesta fundamentalmente por los siguientes ingredientes -en mayor o menor proporción-, dependiendo de su expendedor y, en muchos casos, exenta de "indicaciones terapeúticas":
  • 70% de "arregla todo lo que has hecho mal y que acabo de corregirte" -que frecuentemente suele ser todo, y no porque el alumno lo lleve todo mal-
  • 20% de "esto no se hace así, se hace de esta otra manera"
  • 10% de "tienes que estudiar más". 
Evidentemente, no todos los profesores utilizan estos "ingredientes", pero el caso no es que se utilicen estos u otros, el caso es que el alumno está adiestrado a recibir "la receta"de la semana, y además sin pedirla.

Cuando a un alumno, después de tocar ante el profesor las obras o el trabajo técnico que ha desarrollado durante la semana, se le requiere una opinión sobre el resultado del mismo, o sobre el proceso de estudio que ha tenido lugar a lo largo de la semana, el alumno que no está enseñado a reflexionar sobre sus progresos -o carencia de ellos-, sobre lo que realmente quiere conseguir de una obra o de un pasaje, sobre la búsqueda de posibles fórmulas para vencer una dificultad, sobre "otras posibilidades de interpretación" incluso a riesgo de equivocarse, es decir, sobre SU particular proceso de aprendizaje, no sabe qué decir, se queda bloqueado, pues lo que espera es que el profesor responda a esa pregunta -¡que para eso le pagan! (puede que piense)-.

Es cierto que, de manera generalizada, el alumno debe tomar conciencia de lo poco que estudia, y de lo mal que gestiona ese poco tiempo, pero es el profesor el que, en un determinado momento del proceso de enseñanza y aprendizaje, y en un momento que sea más bien pronto que tarde, debe iniciar una intervención consciente, planificada y decidida para que el aprendizaje, progresivamente, deje de ser impuesto por la autoridad/experiencia del profesor sino que, poco a poco, sea el mismo alumno el que comience a tomar las riendas de su propio proceso de crecimiento en esta disciplina, algo que, evidentemente, redundará en el crecimiento del alumno como persona. Es decir, si el docente se mueve en esta línea de actuación, de manera paulatina se irá generando un proceso de inversión de dos de los elementos clave del sistema educativo: la enseñanza y el aprendizaje.

Todos sabemos que el alumno, al inicio de su andadura, comienza con una absoluta dependencia del profesor al tratarse, por lo general y muy especialmente en nuestro caso, de una disciplina totalmente desconocida por aquél. Pero, a medida que el proceso de enseñanza y aprendizaje avanza, la acción educativa, guiada por la lucidez, la honradez y la valentía, debería ir encaminada a invertir las dos variables del binomio, a ir soltando las riendas del control total del proceso para que el flujo de enseñanza y aprendizaje deje de manifestarse en una sola dirección, y comience a germinar un fenómeno de corresponsabilidad que conduzca al alumno a un progresivo y creciente grado de autonomía, a la adquisición de habilidades, destrezas, estrategias... herramientas, en suma, suficientes y eficientes para iniciar el camino hacia la autarquía profesional.

Es evidente que siempre habrá alguien del que podamos aprender más, a cualquier edad -doy fe de ello-, eso depende de la actitud, de la oportunidad o la predisposición de cada cual, lo importante no es eso, lo importante es que la iniciativa de mejorar sea genuina, que la exigencia por crecer no venga impuesta por nadie ni por nada, ni siquiera por las circunstancias, que el anhelo de ser cada vez mejor en nuestra profesión, en nuestra actividad principal, en nuestra vida social, familiar..., en la vida misma, en definitiva, sea el motor que nos mantenga siempre en forma interior y en permanente proceso de maduración.

JAC

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2 comentarios:

  1. Muy buen artículo para reflexionar.

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  2. Para mi esa iniciativa de la que hablas es el amor por la música y tu instrumento. Pero por mucho que queramos lo de tener esa iniciativa y el efectivamente mejorar no creo que estén ligados. Aunque creo que sí es moldeable, y que influye también la madurez personal, pero después de un montón de "pildoras" de esas de las que hablas.

    Yo recuerdo que como estudiante era trabajadora pero como un robot, sin saber porqué mi profesor me decía que hiciera esto o aquello, ¿qué motivos tenía?, ¿qué es lo que desarrollaba en mí ese ejercicio?, ¿qué me faltaba?... y ahí seguía yo con mi instrumento estudiando a ver si lo conseguía. Recuerdo que no fue hasta que ya era bien mayor que profesores de instrumento a mí me enseñaron a ESTUDIAR, y no a repetir como una grabadora. Para mí fue como una mezcla entre alivio y decepción por todo el tiempo que había perdido en estudiarlo sin saber qué hacía. En ese momento yo sabía qué tenía que mejorar y trabajaba más duro porque sabía todo lo que me quedaba por delante. Hombre, lo bueno es que la ilusión que yo tenía me mantuvo hasta ese punto, pero flaqueé muchas veces, gracias a que soy cabezota que seguí ahí en el camino.

    Y no sólo está el tema de saber estudiar, también está el de la autoestima en el sentido "He pasado toda la semana estudiando y me sale mal, ¿es que no valgo?, ¿tan torpe soy?"... Es que se te quitan las ganas de todo, yo creo que puedes llegar a odiar el instrumento. Cuando ya tuve las herramientas necesarias mi autoestima musical subió un montón, porque ya veía el camino que había hecho, por donde iba, a donde quería llegar, cómo hacerlo y lo más importante: tenía ganas de seguir.

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