Como director que me tocó ser de este centro en el período comprendido entre 1993 y 2005, he tenido el honor de ser invitado por los organizadores de este especial acontecimiento a dirigir unas palabras al público presente, contenido que -omitiendo las salutaciones iniciales- intentaré reconstruir a continuación.
No quiera aburrirles con las vicisitudes que surgieron a lo largo de mi etapa como director, prefiero compartir con ustedes, desde mi actual situación de profesor raso y en estos minutos que tan gentilmente me han concedido, una reflexión sobre la educación.
La actividad de la mayoría de las profesiones genera resultados que son visibles en un plazo de tiempo más o menos dilatado: el arquitecto, una vez realizado su trabajo puede contemplar el edificio que proyectó en un plano, el médico puede verificar -en mayor o menor tiempo- el resultado de su tratamiento en virtud del diagnóstico realizado al paciente, el ebanista puede contemplar -después de horas de dedicación- el resultado de su trabajo en la madera, lo mismo para el jardinero, el pintor, el fontanero y un sin fin de profesiones.
Pero los que hemos decidido dedicarnos a la educación -entiéndase por educación tanto la general, como la especializada, como es el campo de la enseñanza musical- realizamos nuestro trabajo diario, mes tras mes, trimestre tras trimestre, curso tras curso, viendo cómo pasan los alumnos por nuestras aulas -intentando darles, no sólo una formación musical, sino también una formación humanística y en valores, que contribuya a formar buenos ciudadanos y, lo que es más importante, buenas personas, que lleguen a realizarse plenamente con la profesión que elijan- para, después de un tiempo más o menos dilatado de aprendizaje, desaparecer de nuestras vidas, dejándonos una inquietante duda: ¿realmente habré aportado algo a la construcción de su carácter -objetivo último de la educación- y de su proyecto profesional de futuro?
En el caso de las nuevas promociones de profesores, quizás, esta reflexión sea prematura pero, en mi caso, después de 33 años dedicados a la enseñanza pública, uno empieza a hacerse preguntas que pueden llegar a convertirse en existenciales, dependiendo de la respuesta a la que finalmente uno concluya.
Un evento como el que nos reúne aquí tiene el poder de dar respuesta al interrogante que surge de esta reflexión, cuando tomamos conciencia de tener como compañeros a antiguos alumnos del centro, cuando hemos podido ver -a través de los vídeos que con tanto cariño han mandado antiguos alumnos, especialmente para este evento, desde diversas partes del planeta- el entrañable recuerdo que aún mantienen de su paso por el conservatorio -y no sólo los que han continuado con la música, sino también aquéllos que, a pesar de no haber continuado con ella, la siguen llevando muy dentro de sí- y, en definitiva, cuando comprobamos que muchos de ellos han culminado sus estudios de música y están trabajando en lo que más les gusta fuera y dentro de España, no tenemos más remedio que concluir manifestando que nuestra aportación ha contribuido, de alguna manera, a la consecución de sus actuales logros.
Por tal motivo, no tengo palabras para expresar mi gratitud a todas las personas que han hecho posible esta gala, pues acontecimientos como éste nos permiten afirmar con gran satisfacción que SÍ, que dedicar una vida a la educación de los demás sí merece el esfuerzo y, a veces, el sacrificio pues, efectivamente, los resultados aunque tardan en llegar, acaban llegando.
Muchas gracias.
Sevilla 26 de mayo de 2014
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Preciosas palabras sobre la docencia! Desde luego, José Antonio, que tu gran labor ha inspirado a muchísimas personas (alumnado, profesores/as...)
ResponderEliminarUn abrazo!!