En el verano de 2009, y después de leer "Ideología y currículo", un extraordinario libro de Michael Apple en que se aborda la naturaleza y los propósitos del actual modelo educativo en el mundo occidental, surgió en mi interior, de manera espontánea, una imagen literaria que resumía gráficamente el impacto emocional de su lectura.
Pidiendo disculpas por lo que a continuación va a venir -soy músico y profesor, pero no escritor y menos de narraciones- os presento esa imagen desarrollada en forma de cuento -por las fantásticas experiencias y aventuras de su protagonista- cuyo desenlace no tiene nada que ver con el propósito del libro, sino con la necesidad de resolver literariamente la trama, una opción entre otros posibles finales.
LA TUERCA
(D’après une lecture d’Apple)
Érase una vez una pequeña e insignificante tuerca, cuya acción sujetaba a un importante tornillo de una estructura mecánica que, a su vez, quedaba integrada en uno de los innumerables ingenios mecánicos de una de las cinco superestructuras de una "máquina total" de dimensiones colosales.
Esta máquina no era una máquina común, ¡tenía vida!, aunque no propia, y unos propósitos muy definidos que cumplir que, de manera implacable, hacía cumplir a sus subordinados, entre ellos, nuestra pequeña tuerca. La vida de todas las piezas de ese gran artefacto discurría de manera inexorable un día tras otro; lloviera, hiciera un sol abrasador, soplara viento o cayeran chuzos de punta la máquina seguía funcionando imperturbablemente para conseguir su cometido: la producción.
Esto significaba que las piezas y mecanismos pequeños, medianos o grandes, simples o complejos actuaban de manera coordinada y precisa para la consecución de su cometido. Pero, curiosamente, ninguno de estos elementos tenía conciencia cierta de cuál era ese cometido para el que todos trabajaban, tampoco nadie lo había explicado, y a nadie se le ocurría preguntar por tal asunto. Las piezas que, debido al trabajo incesante al que estaban sometidas, se deterioraban o rompían, gracias a un ingenio tecnológico que detectaba estos fallos antes de producirse, eran sustituidas por otras nuevas.
Un día, el gran artilugio mecánico, de manera inexplicable, se detuvo para sorpresa de todos sus componentes: grandes, medianos y diminutos. Nunca había pasado nada igual, todas las piezas, alarmadas e inseguras ante esta situación inesperada, hablaban entre sí aventurándose a vaticinar la causa de tal desastre. ¿Sería debido a un fallo en un pistón?, ¿acaso sería alguna correa de distribución?, ¿faltaría combustible?, ¿engranajes bloqueados?, ¿algún componente electrónico? ...
Sin embargo, nuestra pequeña protagonista, al dejar de sentir por primera vez en su vida esa perenne vibración, entró en una especie de letargo físico pero acompañado de una actividad interior inimaginable para un simple trozo de acero modelado y bruñido.
En su experiencia, aunque no se veía a sí misma, tenía la visión simultánea de lo que había ante, tras, bajo y sobre sí. Desde esta pluriperspectiva, algo que llamó poderosamente la atención de nuestra tuerca fue que el oscuro y gris color de su vida y de sus compañeros había dejado paso a algo nunca imaginado: la luz y el color. El azul del cielo, el verde de la hierba, el amarillo del Sol, y tantos otros matices cromáticos le hicieron emocionarse.
Pero para su perplejidad, vio, por primera vez en su lúgubre existencia, a la gran máquina en toda su dimensión; también vio la utilidad de esa maraña de tornillos, tuercas, engranajes, poleas, motores, y multitud de elementos mecánicos; observó que el cuidado y mantenimiento de cada una de las partes de esa gran maquinaria no eran para su bienestar, como ellas siempre habían pensado, sino para que el objetivo previsto fuese cumplido con precisión; y, sobre todo, se dio cuenta de la injusticia que suponía tener trabajando en la ignorancia y en la miseria interior a seis mil millones de componentes para satisfacer los intereses de una exigua minoría.
También pudo ver que, más allá de ese mundo, su mundo hasta ese momento, había seres con vida independiente, autónoma, que no necesitaban engranajes, ejes o poleas para moverse, y que no estaban conectados entre sí por tornillos, arandelas y tuercas. Eran seres que podían moverse libremente, incluso alguno de ellos podía hasta elevarse por encima del suelo y ¡volar!
Fue tal el impacto interior recibido por nuestro diminuto personaje que, cuando la maquinaria volvió a ponerse en marcha, su objetivo en la vida había experimentado un giro copernicano y, cuando tuvo que volver a su mecánica y gris existencia ya no se sentía una pieza más del sistema, su pensamiento ya no estaba allí. Este estado de "ausencia presencial" hizo que su rendimiento bajara alarmantemente y, como consecuencia, su sector inmediato comenzara a dar problemas no previstos en ninguno de los protocolos de reparación. Los sensores comenzaron a rastrear la causa del problema y, después de múltiples pruebas, detectaron por fin la causa de tal adversidad: ¡una tuerca! La tuerca ya no era eficiente, no podía mantener la tensión y la fuerza que se le exigía, no cumplía con su cometido, podía poner en serio riesgo a los componentes próximos e incluso al sistema y, como consecuencia, debía ser sustituida inmediatamente.
Ciertamente, así fue, la tuerca fue desenroscada de su tornillo, despegada de su arandela y llevada al desguace para ser reciclada y volver a comenzar un nuevo “ciclo metal”. Allí, en el desguace, todas las piezas inservibles eran fundidas y reconvertidas en nuevas piezas. Este lugar y su finalidad producían verdadero pánico en aquellas piltrafas mecánicas. Sin embargo y para asombro de todo aquel material de reciclado, nuestra pequeña protagonista, habiéndose instalado en aquella maravillosa experiencia y nutriéndose de su reveladora visión, manifestaba un extraordinario valor para afrontar este terrible momento y, a la vez, esperanza inquebrantable de una vida infinitamente mejor después de aquella inevitable transformación.
A medida que la cinta transportadora conducía a las piezas a la fundición y transformación de sus componentes mediante altísimas temperaturas, la tuerca recordaba mediante fulgurantes pensamientos toda su vida, su nacimiento como fragmento metálico, su formación, cómo sus mentores modelaban su estructura hexagonal, la precisión con que horadaban la rosca interior, las sucesivas pruebas de control a la que fue sometida, la separación de sus compañeras que por defectos en su formación o naturaleza eran marginadas del proceso de producción, ...
En tales sobrecogedoras circunstancias percibía con asombro que, lo que para los demás era el final, ella lo sentía como un nuevo principio. Y, sin perder la serenidad y la esperanza en una nueva vida libre, cayó al crisol con indescriptible alegría interior.
Y aquí debía venir eso de “Y... colorín colorado, ...” para terminar el cuento dejando a la imaginación del lector el desenlace del mismo. Pero ¡no!, voy a concluir la historia contando mi propia versión sin menoscabo de la iniciativa —de quien así lo quiera— de escribir un final alternativo.
Pues bien, como si de un sueño se hubiera despertado, recordando su vida mecánica de tuerca y dispuesta a seguir con su monótona y angustiosa existencia, comenzó a sentir que algo extraordinario había ocurrido, su percepción de la vida había cambiado.
Y aquí debía venir eso de “Y... colorín colorado, ...” para terminar el cuento dejando a la imaginación del lector el desenlace del mismo. Pero ¡no!, voy a concluir la historia contando mi propia versión sin menoscabo de la iniciativa —de quien así lo quiera— de escribir un final alternativo.
Pues bien, como si de un sueño se hubiera despertado, recordando su vida mecánica de tuerca y dispuesta a seguir con su monótona y angustiosa existencia, comenzó a sentir que algo extraordinario había ocurrido, su percepción de la vida había cambiado.
¿Qué le había sucedido?
La experiencia de aquella pequeña pieza metálica y su intenso anhelo de trascender aquella estéril y cruel existencia llevó a nuestra querida tuerca a renacer como una preciosa y multicolor mariposa, y como tal y en ese preciso instante, la primera de múltiples e inefables aventuras se presentaba ante sus emocionados sentidos.
JAC
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Un relato estupendo, bien escrito con un estilo ágil, el hilo narrativo te lleva con interés hasta el final. Muy bello!
ResponderEliminarBueno, vaya final sorprendente.
ResponderEliminarYo esperaba que la tuerca resurgiera de sus cenizas como el ave fénix y volviera a ser parte de la maquinaria.
Un buen ejemplo de la sociedad que nos rodea y lo utópica que nos parace.
Qué bonita historia...! Creo que todos somos un poco "tuercas" del sistema,
ResponderEliminarun perfecto? engranaje que...¿sabemos dónde va?...
Espero que no perdamos muchos tornillos por el camino ;) Me ha gustado JAC, enhorabuena.
¡Qué cuento tan bonito! :)
ResponderEliminarHe sentido enormes deseos de leer un final tal como que la tuerca se alía con otros 'despojos' y crean una ciudad libre de presiones sin sentido a la que llamarían ''Machinarium'', peeeero, la vida es la vida.
ResponderEliminarHola José Antonio, por fin escribo el comentario que tendría que haber escrito hace mucho, pues sinceramente, la historia es muy buena. Me he tomado mi tiempo para reflexionar, pues había cosas que en un principio no tenía muy claras...ahora lo entiendo todo, y me alegra de una manera superlativa el saber que hay personas en el mundo que comparten mi filosofía de vida. Muchas veces, en mi ensimismamiento habitual, me pregunto por qué pasamos tanto tiempo preocupados por aquello que nos absorbe la vida hasta el punto de creer que la vida es sólo eso, pienso: ¿para cuándo el vivir? ¿el disfrutar del Sol? ¿las estrellas fugaces que sólo se pasean por nuestros ojos una vez al año? ¿para cuándo sentarnos al lado de nuestros seres queridos y emplear el tiempo en hacerles saber cuánto los queremos? Pero es todo tan relativo, y hay tan poca gente que se dé cuenta tan pronto... que una acaba cuestionándose si es que su rareza se está haciendo cada día más pronunciada. No quiero extenderme mucho, mas, para finalizar, me gustaría decirte, José Antonio, que sigas así, hables de educación, hables de "tuercas" que "se salen del tiesto", siempre es agradable escuchar (bueno, leer) a alguien que tiene tanta razón. ¡¡¡ Enhorabuena !!!
ResponderEliminarMuy interesante José Antonio. Como siempre, haciéndome reflexionar... :) Gracias.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Hola no entiendo las letas chinas moldeo por inyección
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