Vivimos en un tiempo en el que una aguda crisis, instalada en lo profundo de nuestra sociedad, ha empezado a emerger, síntoma de una enfermedad que se ha ido incubando paulatinamente, y cuyos efectos más indeseables están aún por llegar (aunque muy en el fondo de mi ser albergo la esperanza de que no sea así).
No me estoy refiriendo únicamente a aquello que, de un tiempo a esta parte, está en boca de todos nosotros, fundamentalmente por lo que a nuestro bolsillo concierne, no me estoy refiriendo solamente a la tragedia humana que supone el constante aumento exponencial de personas que van al paro, la cascada de empresas que quiebran, o el cada vez mayor número de familias que no llegan a fin de mes; tampoco me refiero a la crisis de valores, al consumo creciente de drogas, a la pobreza mundial o las guerras que devastan grandes regiones del planeta. Me estoy refiriendo a otro aspecto de la crisis que, aunque junto a los anteriores puede parecer un mal menor, al estar muy por debajo de la epidermis del cotidiano diario vivir, no es fácil percibir sus síntomas, más sutiles (de momento) que los antes referidos, pero cuyas nefastas consecuencias a largo plazo pueden provocar drásticos e irreversibles cambios en nuestra sociedad: la educación.
Los profesionales de la educación, es decir, los que pisamos las aulas diariamente y tenemos contacto directo con los estudiantes, podemos detectar ciertos síntomas muy preocupantes del estado de la educación en nuestro país. No pretendo descubrir nada nuevo (1) después de llevar años escuchando a un sector suficientemente significativo de nuestra profesión quejarse de las reprobables conductas de, cada vez, más alumnos, de la falta de relación entre lo que se enseña y lo que los estudiantes NECESITAN APRENDER para una formación integral básica y fundamental (de fundamento, cimiento), de la utilización ideológica de la educación (sin exclusión partidista alguna), de la conducción de la misma por TEÓRICOS de la educación que no saben o no recuerdan lo que se vive en las aulas, por unas reformas cada vez más esperpénticas en las que en el último en quien se piensa es en el estudiante (si es que se piensa en él), por mucho que “se vista al santo” de intenciones grandilocuentes y discursos vacíos de contenido (véanse los preámbulos, las finalidades de las Leyes y Decretos sobre educación, y si me apuran, los objetivos y contenidos curriculares de ciertas asignaturas).
Soy profesor de piano, literatura e interpretación y pedagogía musical del conservatorio Francisco Guerrero, en Sevilla, del que fui director durante once largos años y en el que actualmente desarrollo mi labor docente, magisterio que, dicho sea ante todo, al igual que mis compañeros, desarrollamos en unas condiciones ni mucho menos comparables a las de nuestro colegas de la enseñanza general, porque la nuestra carece del elemento conflictivo derivado de la OBLIGACIÓN a estudiar por ley (2), ya que nuestras enseñanzas son de carácter no obligatorio. Circunstancia por la que, posiblemente, algún lector, podría preguntarme: pero... ¿y tú de qué te quejas?
Efectivamente, los problemas de un conservatorio no tienen nada que ver, si atendemos a las relaciones interpersonales, con los de un centro de secundaria, primaria o bachillerato. Sin embargo, aún teniendo conciencia de la gran ventaja con respecto a nuestros colegas de la educación general, y porque perseguimos la misma meta que ellos en cuanto a proporcionar la mejor y más útil formación a nuestros alumnos, no me resigno a dejar de manifestar el camino de INVOLUCIÓN que vengo percibiendo en los estudios musicales, los cada vez peores rendimientos de nuestros alumnos y, como consecuencia, el deplorable nivel con el que acuden a los centros de formación superior (cuya contribución al desaguisado estudiaremos en otra ocasión), motivo por el cual, al finalizar estos últimos, el más espabilado y con posibilidades de financiación “huye” al extranjero en busca de una formación más compacta y profunda. Y no es porque en nuestro país no haya extraordinarios profesores, que los hay y muchos, sino porque el Plan Maestro de Estudios a nivel nacional (o autonómico, que para el caso casi siempre es sinónimo), si es que lo hay, sólo se ocupa (y como hemos visto, malamente) de la enseñanza general y, a pesar de saber que hay otros tipos de enseñanzas paralelas (como las nuestras, Música) no se les ocurre pensar que un importante número de estudiantes, que cursan estudios generales, serán los profesionales de la Música, del Arte Dramático y de la Danza, y que ahora están literalmente “luchando” por conseguirlo, llevando simultáneamente adelante (“mal llevando” en el caso de la Música) dos planes de estudios paralelos totalmente desconectados (el bachillerato musical es una trampa para algunos y, en el mejor de los casos, un remiendo para los demás). Las reformas educativas no se abordan desde la integridad de todos los estudios, se hacen de forma parcial, sin ni siquiera plantearse la coordinación entre diferentes disciplinas o enseñanzas (la LOGSE dio un gran paso con relación al pasado y un paso de pulga con relación al futuro) procedimiento que hace que los estudiantes que, desgraciadamente, tienen que pasar por esta circunstancia, vean cómo la angustia se apodera de ellos cuando, en términos de tiempo de dedicación a los estudios, no pueden llevar a cabo lo que la Música les demanda porque la Enseñanza General no se lo permite. Tampoco las administraciones educativas se paran a pensar (porque si lo hicieran y siguieran actuando de la misma manera, sí que sería para echarse a llorar) que está muy próximo el momento en el que la armonización de los estudios superiores en la Unión Europea será una realidad, y que quienes para ese momento no estén convenientemente formados (en Música o en cualquier otra disciplina científica, humanística o artística) serán víctimas de la feroz competencia que se avecina, y lamentablemente el actual sistema educativo español no ayuda en absoluto a que nuestros jóvenes partan en muy buena posición, es más, si no se remedia estarán en una lamentable y clara desventaja con relación a la mayoría de los demás países.
Como las administraciones educativas no hacen nada nuevo, es decir, siguen legislando sobre bases demostradas ineficaces (véase LOE y LEA en cuanto a enseñanza musical se refiere), nuestro colectivo, pensando que la administración es la única responsable de este desaguisado, tampoco hace nada. Además, la mayoría de los profesores piensan que si el alumno no rinde es porque no estudia los suficiente (que en parte, sólo en parte, tiene razón), pero en ningún caso se asume la correponsabilidad docente de esta situación, y los órganos de dirección y coordinación de los centros están ocupados en asuntos “domésticos” necesarios, importantes, pero no excluyentes de aquellos otros que son la razón de ser de nuestra dedicación y profesión (sobre las iniciativas de la administración para conseguir una mayor calidad de la enseñanza así como de las intenciones subyacentes en ellas hablaré en otro momento, pero adelanto que bajo mi punto de vista no son verosímiles, procedentes, ni capaces de conseguir el propósito para el que están pensadas).
Para terminar, este ejercicio de reflexión me ha servido doblemente, de una parte, a modo de terapia, de otra para poder manifestar mi creciente preocupación por el rumbo que está tomando la educación musical en los conservatorios, mejor dicho, la formación de los muchachos y muchachas que acuden a los conservatorios, por esa angustia a la que he hecho referencia párrafos arriba, y que cada año que pasa es más aguda, porque las bajas reales de posibles futuros músicos son cada vez mayores (no las administrativas, bajas que nada tienen que ver con este problema), por la raquítica formación con la que nuestros alumnos salen de los conservatorios profesionales y por la actitud de no querer reconocer siquiera esta realidad.
Ésta es mi percepción de la realidad, por ello mi voz clama (posiblemente en el desierto) ante lo que puede ser un estrepitoso fracaso de nuestro trabajo y dedicación, ante las cada vez más frecuentes frustraciones de los profesores que pretenden formar profesionales en un tramo intermedio de la formación musical, ante la extrema fragilidad de las legítimas expectativas de muchachos y muchachas con condiciones y talento suficientes para ser buenos profesionales de la Música y ante una actitud más o menos generalizada de desdén hacia el trabajo cooperativo —desde el sector docente—, como alternativa en búsqueda de soluciones para intentar mejorar la situación actual en la que nos encontramos.
Ha llegado el momento de movilizar nuestras conciencias, nuestro talento, creatividad e inteligencia, es el momento de HACER ALGO, aunque se muera (¡en sentido figurado!) en el intento, de otra manera no tendremos autoridad moral para pedir nada a nadie, ni siquiera a nuestros propios alumnos.
(1) Léase el “Panfleto Antipedagógico” de Ricardo Moreno Castillo, publicación de divulgación libre y gratuita que puede encontrarse en la siguiente dirección:
(2) Es un disparate que no exista formación profesional antes de los dieciséis años cuando la edad mínima para trabajar es, precisamente, la de dieciséis años. Mi opinión es que después de una buena formación básica y general, a los 12 años, los alumnos deberían estar obligados, no a estudiar si no fuera su deseo, sino a elegir qué estudiar: una sólida formación secundaria (bachiller) o una formación profesional para aprender un oficio, evidentemente, con todas las facilidades y cursos-puente necesarios para pasar de una opción a otra, si la elección primera no hubiera sido acertada.
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No conozco el estado de la enseñanza musical, pero sobre la educación en general creo que la crítica más certera es la que hará un año dedicó con una enorme y muy merecida dureza Arturo Pérez-Reverte en su columna semanal:
ResponderEliminarhttp://www.xlsemanal.com/web/firma.php?id_firma=5150&id_edicion=2687
Saludos.
Hola, soy David, te he hecho una respuesta un poco larga, para cuando te aburras: http://educacion-david.blogspot.com/
ResponderEliminarAlgunas cosas ya las sabes de clase que te las he dicho, y las otras algunas probablemente que también las sepas por experiencia.
Ha habido una devaluación de la política en la que sólo buscan la imagen. El caso de Andalucía es además peculiar, porque en los informes PISA baja mucho los niveles de la media de España, lo cual muestra lo ineficaz que es el sistema andaluz en la educación general. Sabiendo la de años que lleva Chaves en el gobierno, y lo poco que hacen en educación y mal hecho, ¿qué van a hacer los profesores? Es cierto que no es de recibo tener compañeros que desprecien la cooperación, entonando los yo-sé-lo-que-me-hago, nadie-se-meta-en-cómo-enseño, soy-demasiado-artista-para-asistir-a-reuniones-o-planificar, que-lo-hagan-otros... Pero es competencia del Estado elegir bien a los profesores, y el gobierno desgraciadamente cuando le llegan los informes y las quejas ha tosido dos veces y a otra cosa. Si se eligieran y formaran bien a los profesores, tal como hacen en Finlandia, la cosa no estaría así.
ResponderEliminarMe gustaria conocer tu opinión sobre el ya mítico articulo de Moreno Castillo en el Pais (04.12) y sobre su nuevo libro De la buena y la mala educación publicado por Los Libros del Lince
ResponderEliminarCordiales Saludos
carlos