Hace poco tiempo tuve una conversación con un compañero de mi centro de trabajo, a quien tengo en gran estima, en la que me manifestaba su sentimiento de frustración en el desempeño de su labor docente. Uno de los motivos de su estado de ánimo, por no decir el único, tiene su origen en la paradoja que se produce al enfrentar la denominación categórica de “conservatorio profesional” y la formación adquirida por los alumnos al final del tramo curricular (previo a los estudios superiores).
—Un alumno, cuando acaba los estudios de enseñanzas profesionales (como se les denomina ahora) —se preguntaba mi interlocutor—, es profesional ¿de qué? Nos estamos engañando a nosotros mismos pensando que estamos preparando a profesionales del mañana (si quiera a algunos), cuando la realidad es otra muy distinta y triste, ya por falta de estudios, falta de reconocimiento, falta de nivel, falta de coordinación y comprensión de las demás enseñanzas, falta de motivación interna del mismo centro, falta de, falta de, falta de...
—Un alumno, cuando acaba los estudios de enseñanzas profesionales (como se les denomina ahora) —se preguntaba mi interlocutor—, es profesional ¿de qué? Nos estamos engañando a nosotros mismos pensando que estamos preparando a profesionales del mañana (si quiera a algunos), cuando la realidad es otra muy distinta y triste, ya por falta de estudios, falta de reconocimiento, falta de nivel, falta de coordinación y comprensión de las demás enseñanzas, falta de motivación interna del mismo centro, falta de, falta de, falta de...
A los conservatorios profesionales de música, que en el caso de Andalucía albergan los tramos elemental y medio, acuden alumnos de 8 años para acceder a los estudios de grado elemental, desarrollados a lo largo de 4 cursos, y de 12 años para acceder al grado medio (ahora enseñanza profesional), a lo largo de 6 cursos. El claustro de profesores en este tipo de centros lo constituyen profesores que, después de haber concluido sus estudios superiores y de haber preparado y superado la oposición pertinente, inician (continúan en algunos casos) su labor educativa impartiendo enseñanza de grado elemental y/o medio (ahora profesional). ¡Qué pesado con lo de “ahora profesional”! No es que se me haya estropeado el corrector gramatical, ¡no! (no lo uso); no es que no me haya dado cuenta de la reiteración, ¡no!, es un acto deliberado para llamar la atención sobre ese término: profesional. ¡Otra vez la terminología! (remito al lector a otro de mis artículos: “Sobre interpretación”).
Veamos qué interrogantes suscita este término en la mayoría de los profesores que imparten esta enseñanza:
a) Los que, con condiciones musicales, afición y mucho interés lo tienen muy claro desde determinada edad (antes de concluir las enseñanzas profesionales).
b) Los que han llegado a la universidad antes de concluir las enseñanzas profesionales y se dan cuenta que lo que realmente les gusta y a lo que quieren dedicarse es la música.
c) Los que habiendo realizado los estudios profesionales, en paralelo con la enseñanza general, descubren a última hora que lo que antes fueron estudios de "formación complementaria o cultural", podrían convertirse en salida profesional.
Posiblemente si digo que la suma de estas tres categorías de alumnos pueda suponer entre un 5% y un 10% del total del alumnado de un centro, quizás esté siendo generoso con la estadística.
Señores encargados de gestionar la educación musical, antes de utilizar una terminología que designe un tipo de enseñanza:
¡Sean prudentes!, porque están jugando con las expectativas y las ilusiones de profesionales de la música, estudiantes y familias de estudiantes.
¡Sean honestos, y consecuentes en sus planteamientos!, y si hay que seguir llamando a nuestras enseñanzas de “grado medio”, pues ¡déjenlo así!, no quieran hacer aparentar lo que no son, ya que, por lo visto, no están dispuestos a hacer una reforma de verdad, para que el término sea consecuente con su significado.
¡Basta de eufemismos y de chovinismo semántico!
¡Basta de terminología hueca y falsa!
¿Profesionales de qué? Un estudiante que obtiene el título profesional de música, quizás pudiera o debiera demandar a la administración por publicidad engañosa o por incumplimiento de contrato, porque después del calvario de estudios (remito al lector a otro de mis artículos: “¿Crisis: sólo económica?”), de sortear todo tipo de dificultades y de conseguir el “magnífico cartoncito”, nos enteramos que de trabajar nada y, en todo caso, ¡ponte a la cola para ver si hay suerte de poder entrar en una escuela de música a tiempo parcial!
Por lo tanto, estimados docentes, si queréis el humilde consejo de un profesor que ya ha cumplido sus bodas de plata con la educación y sigue con renovada ilusión su trabajo en la enseñanza musical, moderad las expectativas y trabajad sobre la realidad, y la realidad es que, tal y como están planteadas las enseñanzas musicales, lo más que se puede conseguir de un alumno medio (¡como si existiese esa categoría de alumnos!) es hacerle un buen aficionado, no porque el sistema educativo te lo ponga fácil, sino porque sepas trasmitirle tu amor e ilusión por la música; pero no sólo un aficionado que aprecie la música, sino que disfrute haciéndola. Y estar “ojo avizor”, por si algún día el talento llama a la puerta de nuestro aula, porque ése es el momento de empezar a trabajar profesionalmente.
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